Era uno de esos días que amanece justamente por el este, ni un grado mas, ni un grado menos, son solo dos días realmente, donde el sol nace, por donde debe de nacer y muere donde debe morir, que dicha la suya; vulgarmente los astrólogos y grandes sabios de la raza humana lo llaman equinoccio y solsticio, que nombre tan inapropiado para tan maravillosos momento, pero en fin, al cagar le dicen “dar de cuerpo” y al mear “miccionar”, y a las relaciones humanas, me duele la boca con tan espantosa definición.
Jafreisis no se había percatado que los gallos habían cantado, el artesano ya daba golpes con su cincel, para como Dios (con mayusculas) hacer de la piedra, natura y hombre… es curioso ver su tosca y dura cara, difícil de ver, para ojos tan puros como el suyo, su piel ennegrecida de horas de sol y su olor a polvo, cemento y probablemente ceniza, mirad sus manos rotas, grietas profundas que por no dar no dan ni sangre. De lo que si se habia percatado era del sol, el cual, había deslumbrado sus ojos, obligandolos a esconderse tras las sabanas, siendo por desgracia regalo de los persas y como bien es sabido por todos, las sabanas persas son tan finas como la propia arena. Así se abría este singular día....
(Cuento basado en unos versos del poeta Jesús Malia)
sábado, 3 de febrero de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario